Mis “compañeros” del Estudio me han “regalado” esta sección para que escriba algo de vez en cuando y desfogue mi ansia literaria.
Cuando me lo plantearon pensé: “¿De verdad queréis que escriba…? Si dedico tiempo a escribir, ¿quién se encargará de regar las plantas, barrer la oficina o recogeros la ropa del tinte? ¿Quién hará todo ese trabajo?”
La respuesta fue contundente : “No, no te preocupes, eso también lo seguirás haciendo tú”.
¡¡Ay Dios, pero cuándo
perdimos el control los copys!! ¡Estos “artistuchos” están pisoteando y quemando
el buen nombre de esta noble profesión!
Antes éramos los jefes del
oficio, talentosos visionarios capaces de cambiar los hábitos del mundo con una
frase (con nunca más de ocho palabras).
No hace tanto los copys,
ávidos de inspiración y tinta, frecuentábamos los cafés más selectos con la
cabeza bien alta. Las chicas te preguntaban por tu trabajo, y tú, con sutil
desdén y mucho orgullo, mientras mordías un cigarrillo camel, respondías en
tono interesante: “soy copy…” y
eso molaba mucho. En aquellos tiempos éramos los Don Draper de la profesión.
Éramos Batman, y no Robin.
Pero todo eso acabó. La
extinción de los copys está servida, y a los que resistimos quieren
reconvertirnos en pseudodiseñadores gráficos.
Estoy
harto de maquetar cartas de restaurantes cutres, estoy harto de borrar las
marcas de agua (de las imágenes que roban) y, en definitiva, del jpg, el png,
los layout, el artefinal, los troqueles y la santa madre que los parió. Si
Valle Inclán levantara la cabeza, del disgusto le crecía el brazo y les sacudía
hasta que se le volviera a caer.
Nosotros, que solíamos
decir “¡las mejores agencias del mundo tienen nombres de copys!”, qué ilusos éramos… Aspirábamos a ser el nuevo Ogilvy
y no a estar sometidos a la dictadura de las imágenes.